Destaco  de los disertantes el interés por transmitir la necesidad de  individualizar a la persona –“paciente”, por destacar que cada persona es irrepetible,  inconfundible.

Mientras escuchaba, mis asociaciones personales se trasladaron al ámbito hospitalario. Recordé cuántas veces se escuchan apodos en las situaciones de internación. (Abuela, abuelita, mami, papi, chiquito, mamá, nene, leucemia, diálisis, cardiopatía congénita, lupus, etc.), que desdibujan a la persona que tiene nombre y apellido.

La tecnología, las subespecialidades de la subespecialidad, las percepciones del entorno de “el tiempo es oro”, “no hay tiempo”, “es urgencia”, “es terminal”, dejan a las personas muy vulnerables, desnudas, indefensas por el "anonimato de ser un ser humano" con padecimiento.

Creo fervientemente que para que una persona mantenga su dignidad debe ser tratada mucho mejor en situación de enfermedad que en salud. Ese trato debe incluir el ayudarlo a mantener en primer término, su identidad. Todos los profesionales debemos saber, enseñar, adoctrinar, reflexionar, acerca de que lo único que nos diferencia del otro es el D.N.I., que no se repite. .

El paciente que atraviesa en una internación, con el paso del día, las horas, las semanas puede llegar a  confundir  los nombres, las caras de los profesionales que lo asisten; pero SEGURO NUNCA VA A CONFUNDIR QUIEN LO TRATA CON RESPETO, CUIDADO, EMPATIA, DEDICACIÓN, COMPRENSIÓN.

Revaloricemos con mucho respeto que  por ejemplo  Juan, es un nombre propio y puede ser compartido con otros Juanes del mundo, pero para él, Juan  es único, para sus hijos es único, para sus padres es único, y para los profesionales que lo asisten debe ser único. Puede compartir  un diagnóstico de enfermedad, una habitación en la internación, o un protocolo de asistencia, o una infinidad de situaciones. Pero ES JUAN DNI 111111111, no hay dos.